La escritura y el cuerpo, de Gabriel Josipovici (La caja Books) Traducción de Héctor Hevia | por Óscar Brox

Gabriel Josipovici | La escritura y el cuerpo

Probablemente, Gabriel Josipovici continúa siendo un desconocido para el público lector. Su literatura combina, a partes iguales, transparencia y misterio. O, dicho de otra manera: se trata de un autor en el que se produce el encuentro entre un trabajo meticuloso de escritura y una reflexión en profundidad sobre el concepto de ficción literaria. Ahí está, pongo por caso, la recientemente publicada en castellano El cementerio de Barnes, una novela que se podría decir que trata, entre otras cosas, sobre la traducción. Y, también, sobre el texto como cuerpo literario y el vínculo que se establece con la escritura. 

Escritura y cuerpo son las dos palabras que ponen en marcha esta recopilación de charlas que publica La Caja Books. En ellas, Josipovici explica no solo sus conexiones, sino también su importancia fundamental en la obra de autores como Sterne, Shakespeare, Borges o Kafka. Una importancia que también traslada a las diferentes transiciones (entre estilos, intereses y tradiciones) que se han producido en la Historia de la literatura occidental. Con Sterne cabe preguntarse por la naturaleza de su Tristram Shandy: ¿es una novela? ¿Un artefacto literario? ¿Una parodia o un ingenio difícil de catalogar en el ya de por sí restrictivo mundo de las etiquetas editoriales? Tal vez sea todas esas cosas al mismo tiempo, si bien para Josipovici supone una exploración sobre el oficio de escribir. Puede que, asimismo, sobre la escritura como un cuerpo vivo. La cosa es que el autor se fija en los efectos retóricos del texto, en cómo ese marasmo de personajes, situaciones y cosas logra conmovernos. Pero, ¿qué es exactamente lo que conmueve? ¿Es lo que se narra o quien lo narra? Lo que Josipovici parece señalar es que no es tanto lo que digan Tristram o Walter lo que posee un encanto especial, sino el hecho de que todo eso que aparece escrito remite, en último término, a la propia vida de Laurence Sterne. Y leerlo, por tanto, es como recorrer lo que ha vivido. Lo que fue. Lo que experimentamos es al Sterne que escribe. Y lo que eso supone para la transformación de la novelística es que dejamos marchar cualquier tentación de encontrar un sistema cerrado para toparnos con una obra que está en camino; literalmente, un libro que es libro a medida que se lee. Un cuerpo vivo, palpitante y audaz. 

Con Shakespeare (y Borges, quizá como contrapunto de todo esto) analiza las potencialidades de la expresión y la escritura. Lo sincero y lo retórico. ¿Se puede traer a colación lo primero cuando la tradición te empuja hacia lo segundo? ¿Cuán libre es una expresión libre bajo esas circunstancias? A Josipovici le fascina el dominio casi total que muestra Shakespeare con el lenguaje. Con la palabra. Bucea en Otelo y se queda con Yago -esa figura que el filósofo Stanley Cavell puso en relación con el genio maligno cartesiano. Mira hacia La tempestad, Noche de reyes o Como gustéis y desmenuza el texto hasta convertirlo en unidades de palabras. Lo que le fascina es la facilidad con la que Shakespeare invierte convenciones, estudia y mejora sus propias obras y exhibe su maestría a la hora de tomar una tradición y llevarla al límite, sin tener por ello que rebasarlo. Dicho así, uno piensa que lo que hace Josipovici es diseccionar las claves del drama, separarlo de cualquier efecto retórico y presentarlo, casi, como una verdad lanzada al público desde el escenario. No porque en efecto lo sea -una verdad-, sino porque hay tras esa escritura un elaboradísimo trabajo para que lo aparente. Algo así como ser libre, o transparente, sin efectivamente serlo. Algo así como vivir en personajes como Próspero, sin efectivamente vivir en él. 

A Kafka lo examina a la luz de aquellos últimos fragmentos de texto, líneas o pensamientos inacabados escritos en los últimos días de su enfermedad. Si hay un efecto habitual en la lectura de una obra, ese es el de escuchar nuestra voz lectora en la escritura. Para Josipovici hay algo de epifanía en todo ello, como encontrar algo que desconocíamos a pesar de que estaba ahí agazapado esperándonos. Sin embargo, cuando habla de Kafka lleva esta idea unos pasos más allá, pues expresa otro tipo de metamorfosis en la que la escritura produce un mundo en permanente transformación. No sé si es correcto decir que aquí el autor toma algo en apariencia insignificante para revelar la increíble complejidad que hay en ello, en tanto que remite a un sistema, o un mundo, el de Kafka, basado en la confianza. Pero sí sé que Josipovici lo analiza, precisamente, para catapultarnos hasta ese mundo. Hacia algo complejo, transido de emociones, palabras, sensaciones y lenguaje, hasta cierto punto materia para la filosofía. Y todo ello con la intención de explicitar ese espanto, esa conmoción, cuando la confianza lectora que se deposita en las palabras de Kafka transforma sus garabatos incompletos en la experiencia de su soledad, de su enfermedad o, simplemente, de su final. 

La escritura y el cuerpo son unas conferencias con muchas capas de reflexión y análisis, de teoría literaria y, en buena manera, de taller de escritura. Por sus páginas desfilan autores, épocas, tradiciones monolíticas, efectos y toda una detallada anatomía del texto que Josipovici desmenuza con tanta habilidad como placer. Leerlas supone desvelar algo más de las potencialidades de la ficción; releerlas, asumir todo ese complejo entramado que habita en lo aparentemente transparente. Y, con ello, el goce lector de descubrirlo de una obra a la siguiente. 


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